Triste culo de hija desarraigada

Decidió que no volvería a visitar a sus padres tan a menudo,  para qué, si no hablaban casi y cuando lo hacían, repetían una y mil veces las mismas historias aburridas de cuando eran pequeños,  ella y sus hermanos. Era cansino ya sentarse en aquél destartalado sofá de terciopelo azul, que tantas batallas de cruzados había aguantado. Descolorido y deformado, ocupaba un lugar de honor en el viejo salón de la casa, rodeado de viejas mesas estufas, con paños de crochet y piezas de latón descoloridas. Le daba asco sentarse en ese sofá, donde antes,  echaba la siesta después de leer un cuento. Ahora , al visitar a sus padres, debía pensar en que hueco se sentaría para no hundirse, poniendo  los cojines  que lo adornaban como soporte donde aposentar su triste culo de hija desarraigada. Las visitas de cada domingo, eran  cada vez mas espaciadas y excusadas con pretextos que sus padres aceptaban sin mas, sabidos que no podían decidir cuando les gustarían que sus hijos los visitasen.
Los ojos cansados de sus padres pedían  ayuda, pero la boca callaba la amargura de no sentirse protegidos en esta edad madura, donde los huesos duelen tan solo con nombrarlos. No pedían lo que esperaban se les ofreciera por puro cariño filial, deseando que parte del cariño que ellos dieron a sus hijos, les fuera devuelto con creces.
 Callaban cada mañana. Lloraban cada noche.

Hoy debía visitarlos, ya que los problemas económicos de la pareja estaban saliendo a flote y era evidente que el dinero faltaba en casa.
Abrieron la puerta. Fijaron la mirada con sorpresa, sonriendo al hijo pródigo y, cubriendo la mesa, sacaron sus mejores manjares que hacinados en la cocina, temían descomponerse.
 Un día feliz para los padres. Un día tedioso para la hija. 

por Asunn Vico


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